lunes, 12 de septiembre de 2011

Bolaño no se acaba nunca

Bolaño no se acaba nunca

No se trata de un rumor, ni tampoco es una hipérbole; es un hecho: el escritor chileno Roberto Bolaño (1953 – 2003) es un tótem, es un símbolo, es una leyenda. Su obra es magnánima, su figura, heroica, y su vida una lucha incansable por hacer de la literatura una cuestión de estado, una forma de resistencia, una manera de combatir a la muerte, incluso después de muerto. Porque si no fuera suficiente con las imprescindibles novelas que nos legó en vida, Estrella distante, Nocturno de Chile o Los detectives salvajes, su producción literaria ha seguido en aumento en los años posteriores a su fallecimiento. ¿Cómo es posible? Es posible porque Bolaño nunca dejó de escribir, nunca dejó de aferrarse a la escritura como un náufrago se aferra con todas sus fuerzas a una tabla de madera en mitad del inmenso océano. Por eso un año después de su muerte apareció 2666, una novela de dimensiones desmesuradas y ambiciones superlativas. Por eso, también póstumamente, asistimos a la publicación de La universidad desconocida, un volumen misceláneo que daba cuenta de su esmerada tarea como poeta e investigador de las formas líricas. Y por eso, ocho años después de su desaparición, nos volvemos a encontrar con otro Bolaño en las librerías, Los sinsabores del verdadero policía, una novela completa pero a medio hacer, otra novela inacabable más que inacabada (como le gusta decir a Ignacio Etxebarría), un epígono al resto de su obra, una prolongación de sus personajes y sus obsesiones. En definitiva, un hallazgo intenso y maravilloso. 

Por esta razón, no entraremos aquí a valorar la pertinencia de este nuevo rescate. Porque esta novela, Los sinsabores del verdadero policía, es Bolaño en estado puro, es una muestra más de talento y de proeza narrativa, muy al contrario del anterior póstumo publicado por Anagrama, El Tercer Reich, una obra inmadura, intrascendente y, lo más sorprendente, aburrida. En esta novela, en cambio, no hay tregua posible. El manejo del tiempo narrativo se alterna con digresiones literarias e inflexiones espacio-temporales. El argumento se dispara en varias direcciones y lo más importante son las reacciones interiores de los personajes. Los pensamientos, los recuerdos, las dudas, las lecturas, las pesadillas. Los protagonistas de esta extraña aventura son varios e inciertos. Amalfitano, un profesor de literatura chileno que investiga su condición de desarraigado y la naturaleza peregrina del arte a la vez que asiste al descubrimiento de su reciente homosexualidad. Padilla, su primer amante, un estudiante que recorre los suburbios de la poesía mientras escribe su primera novela y mantiene una correspondencia iluminadora con Amalfitano. Castillo, un joven irredento falsificador de las obras de arte de Larry Rivers. Rosa, la hija de Amalfitano, constantemente en busca de sí misma, siempre recién aterrizada en una ciudad extranjera. Y Arcimboldi, el misterioso escritor cuya obra es una cumbre y un enigma y por ello requiere de una larga y detallada explicación. 

Pero lo más impactante de esta obra, de este escritor, no es lo que ocurre, sino lo que puede ocurrir, el halo de terror, de expectación y de desesperanza que exhala cada página, cada frase, cada historia dentro de la historia dentro de la historia, cada figura, cada metáfora, cada palabra. Porque en Bolaño todo está conectado, cada imagen remite a otra más imbricada, más mitológica, cada situación desemboca en otra más asombrosa y a la vez más terrorífica. Cada personaje se relaciona con los demás de una forma directa y abrupta o, por el contrario, críptica y silenciosa hasta que la lectura los hermana y la acción explota y se desata el delirio y las páginas sangran, lloran y nos gritan la verdad de una vez para siempre. Y entonces sucede la revelación: nadie escribe como Bolaño, aunque haya tantos que lo quieran imitar; nadie ha leído tanto como Bolaño, o no al menos de esa forma tan enfermiza; y nadie, ningún escritor, ningún lector, somos capaces de superarle; y tampoco, de olvidarle. 

La sombra de Bolaño es alargada

Leyendo Los sinsabores del verdadero policía nos encontramos de nuevo con temas recurrentes en la obra de Bolaño. ¿Y cuáles son esos temas? Son estos: La salvación por el Arte, y la masacre insensata y circular de la Historia, y los combates mínimos pero interminables de la Segunda Guerra Mundial, y las desviaciones y derivaciones del nazismo, y la culpabilidad heredada de los jóvenes que no murieron a manos de los dictadores latinoamericanos de los sesenta y setenta, y el significado verdadero del ser latinoamericano, y los sueños, o las pesadillas, funcionando como premoniciones del porvenir o advertencias del pasado, siempre doloroso, siempre a la deriva, y la muerte acechando detrás de cada acto heroico o cotidiano, detrás de cada gesto, detrás de cada poema, y el papel del poeta en un mundo desahuciado, y la literatura, la lectura y la escritura, como últimas imágenes, entre lo cómico y lo monstruoso, antes del eclipse, antes de la catástrofe, lo único que se mantiene en pie después del derrumbe. 

De la misma forma, a lo largo de la narración se reinterpretan varias de las historias preferidas por el escritor chileno, lo que convierte al lector “en el policía que ha de ordenar esta novela endemoniada”, en palabras del propio autor. ¿Y cuáles son esas historias? Son éstas: La violación de Rimbaud a cargo de soldados franceses y la escritura del poema Le coeur volé; la existencia inaudita de un grupo de escritores sacrílegos y escatológicos: los escritores bárbaros; la obra inclasificable de un escritor inaprensible, J. M. G. Arcimboldi; la huída de Rosa Amalfitano con un negro (¿el inconmovible Fate de 2666?); la poesía contemporánea etiquetada de manera irónica y desternillante como si fuera una muestra de varias voluntades homosexuales de muy diverso calaje: maricones, maricas, mariquitas, locas, bujarrones, mariposas, ninfas y filenos; la filiación por los poemas perdidos de la fantasmagórica Sophie Podolsky; los desiertos de Sonora y los asesinatos de mujeres en los alrededores de Santa Teresa, la ciudad frontera, el punto ciego en el que confluyen las vidas de tantos y tantos personajes bolañianos. En definitiva, un universo multirreferencial y autosuficiente, en constante expansión y constricción, mostrándose comprensivo a cada punto y a la vez del todo ininteligible.

¿Con qué más se encontrará el fiel lector de Bolaño? (Porque, eso sí, hay que ser adicto a su literatura para no desentenderse al cabo de la lectura) Se encontrará con la fortaleza de su prosa, con doscientas mil referencias literarias, con ese inconfundible estilo entre delirante, paranoico, desmesurado y definitorio, con una estructura que avanza entre lodazales y se afianza en la capacidad de sobrevivir, en la voluntad de sobrevivir, en la necesidad de sobrevivir para contar la realidad, para contar al mundo qué ocurre cuando se entra en un abismo con los ojos abiertos. Se encontrará, al fin, con párrafos rebosantes de belleza y verdad, las únicas condiciones indispensables del Arte, como el siguiente:

¿Y qué fue lo que aprendieron los alumnos de Amalfitano? Aprendieron a recitar en voz alta. Memorizaron los dos o tres poemas que más amaban para recordarlos y recitarlos en los momentos oportunos: funerales, bodas, soledades. Comprendieron que un libro era un laberinto y un desierto. Que lo más importante del mundo era leer y viajar, tal vez la misma cosa, sin detenerse nunca. Que al cabo de las lecturas los escritores salían del alma de las piedras, que era donde vivían después de muertos, y se instalaban en el alma de los lectores como en una prisión mullida, pero que después esa prisión se ensanchaba o explotaba. Que todo sistema de escritura es una traición. Que la poesía verdadera vive entre el abismo y la desdicha y que cerca de su casa pasa el camino real de los actos gratuitos, de la elegancia de los ojos y de la suerte de Marcabrú. Que la principal enseñanza de la literatura era la valentía, una valentía rara, como un pozo de piedra en medio de un paisaje lacustre, una valentía semejante a un torbellino y a un espejo. Que no era más cómodo leer que escribir. Que leyendo se aprendía a dudar y a recordar. Que la memoria era el amor.

¿Qué podemos aprender nosotros, inocentes e indefensos lectores? Lo dice Bolaño en otro momento de la narración refiriéndose a Amalfitano, pero intuimos que habla para sí mismo, para el hombre que fue, o, incluso, que habla para todos nosotros: Menos mal que he conocido a los Poetas y que he leído las Novelas. (Los Poetas, para Amalfitano, eran los seres humanos brillantes como un relámpago, y las Novelas, las historias que nacían de la fuente del Quijote). Menos mal que he leído. Menos mal que aún puedo leer…

Hagámosle caso a este escritor incombustible, inagotable, inmejorable: Sigamos leyendo. Sea lo que sea, preferiblemente buena literatura mejor que mala; sea donde sea, preferiblemente en un cálido sofá o, por qué no, en las puertas del infierno; y sea como sea, preferiblemente sentados y con las piernas en alto, o de pie y desnudos bajo el chorro de la ducha, como el bueno de Ulises Lima. Da lo mismo. Pero sigamos leyendo.

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