lunes, 12 de septiembre de 2011

Perec, instrucciones de uso

Georges Perec, instrucciones de uso


Escucho el ladrido de un perro. Estoy dormido. Estoy soñando. Pero ¿y si estuviera despierto? Ando como loco por la calle San Bernardo. Georges Perec (1938 – 1982) está vivo y está en Madrid. Me lo ha dicho una mujer extraña que también anda a la caza del francés. Ella y yo entramos en una librería mítica que hay en dicha calle. Hace unos años yo trabajé en esa librería y las cosas no salieron del todo bien. Pero ésa es otra historia. Al fondo, vemos asomar entre la clientela la pelambrera alocada del escritor. ¿Es posible que sea él? ¿Es posible que esté vivo? ¿Es posible que esté aquí, en Madrid, a sólo unos metros de distancia, ojeando las mesas de novedades como un lector más? Me quedo al lado de la puerta, esperando. Estoy realmente nervioso. Desde hace años, lo reconozco, estoy obsesionado con Perec. ¿Es posible querer a una persona que jamás hemos visto y que nunca podremos ver?

Me acerco un segundo a las mesas de novedades y descubro que no soy el único que ha perdido la cabeza por este genial, delirante, inconmensurable y originalísimo escritor francés. Después de años y años descatalogado, Anagrama ha decidido reeditar con magistral criterio uno de los libros más excéntricos y fascinantes de la literatura de todos los tiempos: El secuestro. Y, por si fuera poco, la editorial Impedimenta, acaso la editorial española que más cuida la edición de sus libros, todos ellos pequeñas y preciosas obras de artesanía y diseño, se ha propuesto rescatar en impecables traducciones algunos de los títulos más personales del francés, como el desesperante y lúcido Un hombre que duerme, el rocambolesco y minucioso Lo infraordinario, o el último, el hermoso, evocador y resplandeciente cuaderno titulado La cámara oscura, que desmenuza o esboza 124 sueños soñados para ser escritos, o escritos para ser soñados. ¿Es posible que Perec haya vuelto del limbo para comprobar in situ cómo evoluciona su legado literario?

Basta con ojear las contraportadas de los libros citados para darse cuenta de la inequívoca importancia de este escritor, único en su especie, en el panorama literario contemporáneo. Calvino lo define como un escritor radicalmente distinto a cualquier otro. Bolaño afirma que Perec es, sin duda, el mejor novelista de la segunda mitad del siglo XX. Y Vila-Matas admite que sus libros le cambiaron la vida. Tres escritores tan distintos como fundamentales que aceptan y se enorgullecen de la influencia y el maestrazgo ejercido por el francés de la alocada melena que ahora se acerca a la caja y se lleva varios libros que no logro identificar. Le miro. A su lado está la extraña mujer que me alertó de su presencia. Inmóvil, veo cómo ambos salen de la librería y antes de perder su estela escucho al francés pronunciar el nombre de Nabokov. ¿Qué tiene que ver Vladimir en todo esto? Tengo que reaccionar. ¿Qué puedo hacer? Decido seguirlos. Salgo a la calle y les veo a lo lejos, torciendo a la derecha en la calle Gran Vía. ¿Es posible que ella y él estén jugando a esconderse de mí?

Entonces recuerdas estas palabras

Haga buen o mal tiempo, llueva o luzca el sol, sople el viento a ráfagas o no se mueva una sola hoja de los árboles, apague las farolas el alba o las encienda de nuevo el crepúsculo, ya estés perdido en la multitud o solo en una plaza desierta, sigues caminando, sigues vagando.



La literatura de Perec, es cierto, te obliga a moverte, a investigar, a ir siempre a la deriva. Es un rompecabezas, es un puzzle, es un mosaico y es un espejo y es una ecuación inabarcable que no puedes dejar de mirar, de escudriñar, de intentar descifrar aunque no bien has dado con una solución se plantean nuevos interrogantes y nuevas ramificaciones que se desgajan y crean nuevas ramificaciones que una vez más se quiebran y se desgajan. Por esa razón he llegado hasta la Gran Vía jadeando: para no perder el rastro del escritor y su misteriosa acompañante. Una vez allí, por supuesto, los dos han desaparecido. ¿Es posible que ambas personas, ambas imágenes, sólo sean el producto de mi alterada imaginación?

En principio, uno no entiende del todo el vislumbre, creyendo que el inquieto instinto es el que no permite ver sino lo poco corriente, lo confuso, lo temible. Luego, de repente, se ve o se cree ver, no lejos, un no sé qué que te seduce, que se te impone, que te estremece. Entonces todo se pudre. Uno se sorprende, tiene miedo, el intelecto se oscurece. Sufres un dolor terco, sordo. El espectro entrevisto te embrutece sin remedio.

¿Qué o quién ha sido eliminado en este párrafo, en todos los párrafos, que componen El secuestro? De pronto, las personas que me circundan dejan de ser personas y se convierten en letras. Intento entenderlas, juntarlas, hacer frases con ellas. Perec, creador de larguísimos palíndromos e intrincados anagramas, no se conforma con retorcer el lenguaje y los estilos literarios y las formas y los contornos y las historias que nos cuenta y que nadie más sabría contarnos como él. Cada uno de sus libros es un reto al lector, pero sobre todo es un reto para sí mismo, para el creador. Como miembro activo del OuLiPo (Ouvroir de Littérature Potentielle), grupo experimental fundado por Raymond Queneau, Perec nunca se acomodó en su propia obra, en su propio método, y siempre quiso ir a más. No hay dos libros iguales en toda su producción. El mejor, el más conmovedor, el más desmesurado, completamente inigualable, es La vida instrucciones de uso. El más refinado, quizá, es su primer libro, Las cosas. Cualquiera de ellos, de todos ellos, es, de un modo u otro, increíble, magnético, sobrecogedor.

Sí, conjeturó en un principio, mi cuento puede escribirse, es preciso escribirlo, pero si lo logro, después de obtener un conocimiento destructor de puro luminoso, límpido, nítido, ¿no nos moriremos, los lectores y yo?

Es posible que la vida y la muerte no sean cosas tan distintas, después de todo. Es posible que la ficción haya destruido al fin los límites entre una cosa y la otra. Es posible que en algún lugar, en algún momento, todo lo que está ocurriendo esté ocurriendo al mismo tiempo, y todos los que alguna vez existimos existamos para siempre. Entonces y sólo entonces, es posible que Perec sea cualquiera de las personas que me rodean y que no son personas sino letras. ¿Dónde se ha metido la mujer que le acompañaba? ¿En qué letra se habrá convertido? Dicen los propios traductores que traducir los libros de Perec es una tarea ardua y casi desaconsejable, abocada desde su inicio al fracaso. Más aún en el caso de El secuestro, cuya constricción de fondo afecta a cada palabra del original desde el principio hasta el final. Podría decirse sin miedo a equivocarse que el original y la traducción son dos libros distintos, heterogéneos, y también, irremisiblemente, son dos libros idénticos, gemelos, clones. Aún así, lo más recomendable es proceder a la manera de Freud quien, para leer El Quijote en su versión original, decidió aprender y aprendió castellano. Ergo: aprendamos francés.

Noto que todo es un sueño (o bien me estoy volviendo definitivamente loco) en cuanto percibo que estoy en mitad de la calle rodeado de letras y que todas ellas son la misma letra, la A, y que además pueden hablar y de hecho gritan creando un albedrío insoportable y estruendoso. Quiero huir. Me giro y trato de escapar pero en seguida soy consciente de que no tengo adónde ir. La mujer que se fugó con Perec se perfila enfrente de mí y me habla. Dice que Perec me está esperando en un bistrot de la rue Daru. ¿Dónde? Está algo agitado, me dice. ¿Por qué? No lo sé. Pero alguien le ha hablado de ti, contesta.

Mientras camino sin parar y sin tener ni la menor idea de hacia dónde tengo que ir, escucho esta advertencia:

Puede ser que fuese preciso un punto de inicio: pero todo es enormemente borroso, indistinto…

Mientras sopeso la posibilidad de estar definitivamente loco y doy sacudidas de cabeza para desaturdirme o despabilarme o despertarme de una maldita vez, escucho esta premonición:

Todo el mundo tiene sueños. Algunos se acuerdan de ellos, muchos menos los cuentan, y muy pocos los transcriben. ¿Por qué transcribirlos, además, si sabemos que lo único que haremos será traicionarlos (y sin duda nos traicionaremos al mismo tiempo)?

Escucho el ladrido de un perro. Me despierto, pero estoy tan cansado que me vuelvo a dormir en el acto. Entonces, ¿estoy dormido? Estoy soñando. Sueño que estoy dormido, que despierto. Me vuelvo a dormir y me vuelvo a despertar. ¿Estoy dormido? ¿Estoy despierto? ¡Qué importa! Estoy aquí. Sentados alrededor de una mesa ovalada estamos Perec y yo. Me mira. Sonríe, como sólo sabe hacer él, y su alocada cabellera se agita en el aire. Me han dicho que quieres hablar conmigo, dice. Es cierto. Perec está aquí, delante de mí, y está vivo y está verdaderamente intrigado porque alguien más está soñando con él. Alguien más aparte de ti. ¿Qué querías decirme?, me pregunta. Tomo aire, me ajusto la camisa, remuevo los papeles que hay en la mesa y pronuncio: ¿Qué tiene que ver Vladimir en todo esto? Perec se ríe y se desvanece y yo me río y me despierto y salgo a la calle San Bernardo a pasear por la oscuridad con mi perro de dos cabezas.

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