lunes, 12 de septiembre de 2011

Últimas tardes con Rosa

Últimas tardes con Rosa

El mundo es una suerte de balanza que se descompensa y se equilibra sin que nosotros podamos hacer nada por evitarlo. ¿Es esto verdad? Depende. Por una maravillosa casualidad, esta semana he tenido la inmensa suerte de poder entrevistar a Rosa Regàs (1933), editora, traductora, escritora y viajera empedernida que a sus 70 y muchos sigue en pie, sigue escribiendo, sigue pensando, sigue viajando, sigue defendiendo sus ideas y sus ideas siguen siendo defendibles. Como ésta: la vejez mental no existe. O ésta: si tuviéramos un gobierno de izquierdas no estaríamos apoyando una guerra. O esta otra: vivimos en una sociedad machista, pero los más machistas son los escritores: muy pocos leen libros escritos por mujeres. En ese momento me di cuenta de que yo mismo todavía no había hablado aquí de ninguna escritora. Hasta que me crucé con ella.

No tengo más remedio que reconocer que Rosa tiene razón. La mayoría de los escritores no hacen caso a las escritoras (Ana María Matute es la tercera escritora, de una lista de más de 30 galardonados, en recibir el Premio Cervantes). Salvo los que están casados con ellas, muy pocos autores reconocen haber sido influenciados por la obra de autoras contemporáneas. ¿Por qué será? Por un lado, existe la creencia (errónea o, al menos, exagerada) de que la literatura escrita por mujeres está dirigida a las mujeres. Por otro lado, hay que rendirse a la evidencia: los hombres preferimos leer los libros escritos por hombres. ¿Es una cuestión de identidad, de pertenencia o de pura complacencia? No lo sé. Pero, desde luego, es un verdadero misterio, y un profundo error.

De la extensa obra publicada por Regàs en los últimos 20 años, que incluye novelas, relatos, libros de viajes y de artículos y de memorias, aparte de este nuevo libro, he de admitirlo, tan sólo he leído Azul, la hermosa y trágica y conmovedora historia con la que ganó el Premio Nadal en 1994. Por entonces Rosa tenía 61 años y sólo hacía un lustro desde que había decidido dedicarse de lleno a la literatura. Su firme y valiente apuesta sería coronada en 2001 con el Premio Planeta por su novela La canción de Dorotea (que desde ahora encabeza mi lista de lecturas pendientes). Gracias a la famosa y pingüe dotación económica del galardón, la escritora pudo “comprar tiempo”, y aprendió, entre otras cosas, esta sencilla y elocuente lección que incorpora a su último libro:

Tenemos todo el tiempo para ello. No el tiempo del pasado que es limitado e inamovible, no el tiempo del futuro que se nutre de la imaginación, de los presagios o del azar, sino el tiempo del presente, el tiempo real.

Enfrascados como estamos en una época donde impera el dogma de la juventud
, donde la consigna parece ser haz todo lo posible para seguir siendo joven aunque no lo seas, Regàs reivindica de manera lúcida y sensata la defensa, la aceptación y el aprovechamiento de la vejez. Su obra, más que una mirada, es una confesión, una dulce y amarga y ejemplificadora imagen de lo que significa seguir vivos. Quizá porque hacía mucho tiempo que no me paraba a escuchar cómo una persona mayor se enfrenta a su soledad, a la muerte, al deterioro físico o al aburrimiento, la lectura de este libro me ha provocado una serie de sensaciones, pensamientos, iluminaciones y alumbramientos que no me queda más remedio que denominar simple y llanamente como lo que es: una sincera, sencilla y profunda lección de vida.

Sí, es cierto, vemos la muerte más cerca, y el dolor de tanta experiencia acumulada nos pesa para seguir caminando, el cuerpo de deshace en achaques, nos acecha a todas horas el espectro de la soledad, y oímos la llamada constante de un pasado que puede suplantar al presente. Sí, todo esto lo sufrimos, y seguramente mucho más. Pero mientras nuestro cerebro funcione, mientras el pensamiento fluya y la imaginación y la fantasía nos alimenten, mientras la curiosidad siga creciendo, mientras multipliquemos la energía y el coraje, siempre habrá infinitos matices de luces y sombras en el juego de tejados que vemos desde la ventana, el mundo seguirá lleno de secretos que descubrir, nuestra alma esconderá aspiraciones que desvelar, y nuestro corazón no se negará a latir por una pasión, un compromiso, una lucha, un amor con el que, contra todo pronóstico, nos tropezaremos en el camino.

La literatura, algunas veces, contadas veces, tiene que dejar de lado la retórica, el uso de metáforas, la construcción de tramas y personajes, el planteamiento y la resolución de misterios, la ficción. Porque algunas veces, contadas veces, todos necesitamos que alguien se acerque a nosotros y nos pregunte qué tal estamos y nos cuente tres o cuatro razones por las que seguir moviendo el mundo bajo nuestros pies. La esperanza, la ilusión, el valor, no son más que palabras si no van acompañadas de sentimiento, de verdad, de amor.

Las bibliotecas seguirán llenas de libros que leer, la música ocupará como siempre todos los ámbitos del espacio y de la Historia e infinitos serán los colores y las formas que han sabido imaginar los artistas de todos los tiempos y de todos los continentes. Y en cada rincón del ancho mundo habrá siempre quien nos espere para que demos voz a los que no la tienen, energía a los cansados de luchar, inspiración a las causas justas por perdidas que estén.

El mundo, este mundo, es espantoso, injusto, cruel. Hay terremotos y guerras y asesinatos. ¿Qué podemos hacer? Me lo dijo Rosa. Me dijo: “Ser un ciudadano hoy en día es muy difícil porque todo es muy contradictorio. La política, la economía, la religión. ¿Cómo puede ser que un gobierno de izquierdas esté apoyando una guerra que tiene los mismos objetivos que la guerra de Irak, a saber: derrocar a los enemigos de Israel y quedarse con el petróleo del país?”. Por eso, porque el mundo es un lugar peligroso, porque la realidad es más dura que la ficción, por eso es necesario leer a Rosa Regàs y a Ana María Matute y a tantas escritoras que, para bien o para mal, escriben diferente a los hombres y construyen de esa manera otro mundo. Leer y aprovechar el tiempo que nos queda y tratar de ser mejores personas. Leer y resistir. Leer y reaccionar. Leer y pasar la tarde escuchando a las personas mayores que nosotros porque el mundo también les pertenece.

Es así como conseguiremos el gozo de la plenitud intelectual, emocional y sensual que dará sentido a nuestras horas y consuelo a nuestros tormentos; es así como dejaremos de ser criaturas de la rutina y de la costumbre y nos convertiremos definitivamente en criaturas de la imaginación.

Ha llegado la hora de cambiar el mundo. La hora de las mujeres. La hora de la verdad.

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