sábado, 29 de octubre de 2011

Así habló Isaac Rosa

 
El tiempo se nos viene encima. Al principio de manera lenta, inapreciable, hasta que un buen día te miras al espejo y compruebas que se ha derramado sobre ti, sobre tu acomodada vida, sobre la solera de tus costumbres, sobre las raíces de tu pelo, sobre el brillo de tus pupilas. Una noche de octubre te acuestas celebrando la concesión del Premio Nobel a un sueco lírico y rejuvenecido, Tomas Tranströmer, y a la mañana siguiente te levantas lamentando la muerte de un escritor lúcido y avejentado, Félix Romeo. A expensas del tiempo, entre la algarabía y la desazón, una única certeza: la supervivencia de la literatura.

El tiempo se nos viene encima y vivimos momentos difíciles. Al principio resulta difícil darse cuenta porque eres joven y tienes muchos sueños y el mundo es un lugar maravilloso por el que vale la pena luchar. Así que no le das importancia y empleas ese tiempo en hacer cualquier cosa, salir a tomar una cerveza, pasar el día en la montaña, ver una película iraní, pasar una tarde de otoño en Las Ventas. Ese tipo de cosas. Hasta que un buen (o mal) día empiezas a trabajar. Ocho horas al día, cinco días a la semana, 48 semanas al año. Algunos, afortunados ellos, trabajan todavía más. Otros, entristecidos, llevan meses sin trabajar. Hasta que un buen (o mal) día, después de una larga jornada de trabajo en la oficina o al aire libre dando de comer a las palomas, descubres que el mundo es una pesadilla, que tú ya no eres tan joven y que los sueños, ay, amigo mío, los sueños, sueños son.

El insomne escritor Isaac Rosa (Sevilla, 1974) ha construido una trama pesadillesca sobre la realidad más prosaica, el trabajo, erigiendo con ello un libro impecable desde el punto de vista literario, e implacable desde el punto de vista sociolaboral. Su título, iluminador, simbólico y crítico, es La mano invisible. En ella, el autor sevillano desmenuza las vidas de una docena de trabajadores que han sido contratados por una empresa de límites difusos para desarrollar el ejercicio de su profesión dentro una nave industrial acondicionada para la asistencia de público. Entre los trabajadores hay un albañil, un carnicero, una teleoperadora, un mecánico, una secretaria, una costurera y varios trabajadores más que aceptan por contrato ser observados durante la realización diaria de sus tareas. Ya sea un experimento con fines científicos, un vulgar circo sociológico o una propuesta artística, lo único que saben ellos es que están allí para trabajar. Así que trabajan. Al principio con dedicación absoluta, con profesionalidad, algunos hasta con emoción. Poco a poco, sin embargo, la cargante rutina obliga a muchos de ellos a cuestionar su función en la empresa y el valor de su trabajo, lo que conlleva asimismo el análisis de sus propias vidas y, por extensión, la denuncia del modo de producción en el sistema capitalista.

La capacidad de Rosa para poner en tela de juicio conceptos y verdades aceptadas por todos es indiscutible. Lo hizo con los clichés, los maniqueísmos y los malentendidos que pueblan la literatura española sobre la Guerra Civil, el Franquismo y la Transición en la imprescindible novela titulada El vano ayer. Lo volvió a hacer con El país del miedo, donde dejó en evidencia los mecanismos que barajan los gobiernos para mantener el control social por medio del pánico, la manipulación o el engaño masivo. Y ahora, con esta corrosiva novela sobre las fatigas y las desigualdades del mundo laboral, Rosa confirma su compromiso con la realidad de su tiempo y con los problemas que generan una creciente deshumanización de la sociedad, sin renunciar en ningún momento a la excelencia literaria.

El espacio enorme que no lograban llenar, las paredes desconchadas, el techo de uralita altísimo, el suelo de cemento basto, los reflectores insoportables, la grada con espectadores, y en el centro ellos, aislados, desprotegidos, a solas con sus faenas, desnudos en su condición de trabajadores, convertidos en una metáfora que ninguno era capaz de nombrar, tal vez ni siquiera de reconocer, esto es el trabajo, estos son trabajadores, esto es trabajar, si alguno de entre el público pensaba otra cosa, desengáñese, pierda la inocencia, mírenlo, de eso se trata, doce personas que entregan tiempo, esfuerzo, atención, conocimientos, cansancio, salud, y no saben por qué lo hacen, no saben por qué no pueden evitar hacerlo, y tampoco saben para qué, cuál es el resultado, lo hacen por dinero, sí, por necesidad, sí, porque están en paro, porque tienen que pagar hipotecas y alquileres, porque tienen que comer, pero eso no es todo, hay mucho más.

 

Es cierto: hay mucho más. En la entrevista que me concedió el autor de este párrafo ilustre y definitorio para la revista TIEMPO, podemos encontrar algunas razones más para entender su concepto de la novela, del trabajo, de la literatura, del escritor y de los difíciles momentos que nos ha tocado vivir.
 
Así habló Isaac Rosa de la novela: "En la novela vemos el trabajo desnudo del todo, para que a partir de ahí el lector se empiece a cuestionar por qué trabajamos así, por qué aguantamos esta forma de trabajo si nos cansa y nos enferma y nos irrita y nos condiciona la vida."

Así habló Isaac Rosa del trabajo: "Aceptamos que en la vida hay que trabajar y que debemos dedicar nuestros mejores años al trabajo, tantas horas a la semana, a cambio de alguna recompensa, y yo creo que, sobre todo en un momento como éste, deberíamos replantearnos ese modelo y esta situación."
 
Así habló Isaac Rosa de la literatura: "La literatura española ha sufrido, como el resto de la sociedad española, eso que llamamos Transición, cuando se construyó la democracia que tenemos ahora y se confinó a la literatura y a la cultura en general al lugar que ocupa hoy: un lugar irrelevante en términos políticos y sociales."

Así habló Isaac Rosa del papel del escritor en la sociedad: "El escritor no podrá encerrarse en su obra, no podrá seguir escribiendo, como se escribe tanto ahora, novelas protagonizadas por escritores que hablan de su propia escritura, viviendo de espaldas a todo lo que está pasando. Lo que ocurre es que precisamente por esa posición bastante irrelevante en que se ha dejado a la literatura, el propio escritor desconfía de sus posibilidades. Yo creo lo contrario."

Así habló Isaac Rosa de los difíciles momentos que nos ha tocado vivir: "Están aterrorizándonos a diario. Uno se levanta cada mañana y comprueba que la situación es terrible, mañana puede caer Grecia y a la semana siguiente los bancos, el euro, toda Europa. Existe la intención de mantenernos asustados, precisamente para que no nos planteemos nada, aunque este es justo el momento en el que deberíamos hacerlo. Pero en lugar de hacernos preguntas, lo único que nos preocupa es tener un trabajo como sea."

El tiempo se nos viene encima y vivimos momentos difíciles. Las circunstancias de cada uno, los premios y las derrotas, ¿qué importan? Estamos cada vez más viejos pero estamos aquí y por eso tenemos una responsabilidad con nosotros mismos, con los que murieron y sobre todo con los que siguen vivos. Lo mejor para seguir creyendo en los sueños es mantenerse despierto. Si los trabajadores y las trabajadoras de este país leyeran el libro de Isaac Rosa, no pasaría absolutamente nada. La literatura por sí sola no puede cambiar el mundo; los lectores, las personas, sí.

Así habló Isaac Rosa. ¿Qué piensas hacer tú ahora?