viernes, 27 de enero de 2012

Las aventuras de Juan Soto



Conocí a Juan Soto Ivars allá por el año 2010, en la ciudad de Madrid y en la calle Reinas número 3, una casa llamada "La Mansión de Drácula" por su evidente aspecto transilvánico, sede de las reuniones externas del equipo de colaboradores de la sección cultural de la revista Tiempo que dirige Luis Algorri. He querido empezar por este dato intrascendente para el lector, al mismo tiempo que transcribía fragmentos de otra presentación entre escritores, porque en verdad resulta pesadísimo, aunque también sea interesante, cuando las vacas sagradas de las letras se ganan un extra escribiendo en columnas y prólogos sus encuentros y desencuentros con esos otros grandísimos escritores y mejores personas y al final, claro, buenos amigos. Esas palabras, esos encuentros, esas presentaciones son, en demasiadas ocasiones, vulgares escenas pornográficas para adultos asexuados. Intentaré por todos los medios que lo que sigue a continuación no lo sea en absoluto. 

Juan Soto y yo nos conocemos, es cierto. No somos amigos (qué difícil es eso de hacer amigos y qué rápido se catalogan como tales quienes nunca lo serán), pero sí somos compañeros de oficio, colegas de vocación y adictos a la enfermedad, a la literatura y a las sustancias ilegales, aunque puede que sean la misma cosa. La noche que nos conocimos, como tantas otras noches, estuvimos recorriendo varios bares infectos de Madrid hasta acabar la juerga en casa de otro gran escritor y mejor persona de nombre Ignacio Merino. Allí, es obvio, seguimos bebiendo y haciendo cosas ilegales (llegamos a encender una hoguera con las páginas arrancadas de varios libros) mientras hablábamos de la pésima calidad literaria de todos cuantos no estábamos allí reunidos. Como en tantas otras profesiones, los elogios y las complacencias sólo se les concedieron a los escritores ya muertos: Bolaño, Bernhard, Joyce, Hamsun, me parece recordar que alguien hasta reivindicó a los escritores patrios y nombró a Galdós, como si ese señor necesitara ser reivindicado por un joven escritor borracho hasta las cejas y además inédito.

Una de aquellas noches, Juan y yo nos escabullimos del grupo antes de tiempo y nos metimos en un taxi que nos alejaba lentamente de Madrid. La noche era luminosa y gélida cuando llegamos a la casa de Juan porque de alguna manera tiene que ser la noche. Subimos a su piso, uno de los últimos apartamentos de un edificio altísimo que corona la calle Segovia. Recuerdo que Juan lo llamaba, no sin vanidad, "El faro". Nos sentamos cada uno en un sofá y encendimos sendos cigarrillos. Juan me leyó fragmentos de una novela que estaba a punto de terminar y yo hice lo propio con un cuento que estaba escribiendo o había terminado ya. Fumamos y bebimos sin prisa pero sin pausa. No recuerdo si esa noche teníamos alguna sustancia ilegal para consumir. Lo más seguro es que sí. ¿Por qué no? Hablamos de nuestros antiguos maestros, tantos y de tantas nacionalidades diferentes como para hacer varios equipos de fútbol y luego ponerlos a jugar un mundial. La noche se fue yendo sin que nos diéramos cuenta. A las 6 y media de la madrugada se apagaron las luces artificiales de la ciudad. Nos asomamos al balcón y entonces comprendí por qué llamaba así a su edificio. El cielo estaba aún oscuro pero la mayoría de las ventanas de "El faro" seguían encendidas. Un mar de oscuridad. Una luz en el horizonte. Y dos borrachos agitando la mano desde el balcón haciendo señales a nadie. Creo que fue en ese momento sublime y ridículo cuando llegamos a varias conclusiones originalísimas y fundamentales (o eso nos pareció entonces) sobre el carácter de la novela, conclusiones que, ahora, a la luz de la reciente publicación de la primera novela de este joven murciano de nombre Juan, La conjetura de Perelmán (Ediciones B), y de la aparición de una curiosa y recomendable antología llevada a cabo por el hidalgo Soto y su inseparable escudero Sergi Bellver, de nombre Mi madre es un pez (Libros del Silencio), pues es ahora, como digo, cuando me parece importante rescatar esas conclusiones.


Antes, una advertencia: El paso del tiempo, la enfermedad y el abuso de sustancias ilegales han podido modificar ligeramente el contenido de estas conclusiones. Pido disculpas a los lectores que no estuvieron presentes en aquel momento, y sobre todo pido disculpas a Juan Soto por correr el riesgo de poner en su boca palabras y/o afirmaciones que tal vez ya no comparta, o que incluso no haya compartido nunca. En cualquier caso, la verosimilitud es un valor a la baja y yo nunca os dije que fuera a decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad.

Estas son las conclusiones.

La primera. Si la novela consigue hacerte comprender que el lenguaje es más sencillo o más complicado de lo que habías pensado, merece la pena.

La segunda. Si la novela rompe, altera, deforma, manipula, tergiversa, o directamente satiriza algún género literario, estilo narrativo o variación formal, merece la pena.

La tercera. Si la novela descubre comportamientos, obsesiones, miedos o esperanzas de los demás o incluso de ti mismo que todavía no habías percibido, merece la pena.

La cuarta. Si la novela te habla y juega contigo y te impulsa y luego te deja caer, te mima y luego te insulta, te besa y luego te zarandea y hasta te da un puñetazo en la cara, merece la pena.

La quinta. Si la novela eleva el sentido del humor a un pasatiempo de la inteligencia, merece la pena.

La sexta. Si la novela lucha, resiste, se tumba en el suelo y escarba para esconderse pero luego se levanta de ahí y se asoma al balcón y resiste la tentación de saltar por la ventana aunque cuando las luces vuelven a apagarse acepta su derrota y claudica pero no se rinde y resiste hasta la mañana siguiente y así una vez y otra vez y una más, merece la pena.

La séptima, y última. Si la novela reconoce que la vida es una catástrofe, merece la pena.

Hace varios meses que no veo a Juan Soto. De vez en cuando nos intercambiamos algún mail y de paso algún texto. Una vez él me envío un poema sobre la enfermedad. Otra, un dibujo sobre el caos. Yo le envíe mi primera novela y me prometió que la leería. No creo que lo haya hecho, y si lo ha hecho es probable que no le haya gustado. A mí tampoco me gusta ya. Esta noche he terminado de leer su primera novela, La conjetura de Perelmán, y todavía no sabría decir si me ha gustado o no. En varias ocasiones he creído comprobar que Juan tuvo presente a la hora de escribirla algunas de las conclusiones a las que llegamos juntos mientras evitábamos saltar al vacío. En otras no las veo por ninguna parte. No importa. Juan y yo ni siquiera somos amigos. Sus amigos son otros y con ellos ha formado un movimiento llamado Nuevo DRAMA. Pero el drama es dejarse de fiestas y de postulados románticos y de manifiestos vanguardistas o tradicionalistas y ponerse a escribir. El drama es tener que esperar a estar muerto para que tus colegas hablen bien de ti. El drama es que la literatura no sirve para nada y sin embargo es nuestra única esperanza. El drama es que no tengo más amigos porque no me apetece hacerme una cuenta en Facebook. El drama es que las sustancias ilegales tienen efectos secundarios y que esos efectos secundarios sólo desaparecen dejando de tomar sustancias ilegales y eso sería un verdadero drama porque entonces Juan Soto y yo no sabríamos qué hacer cuando nos volviéramos a ver. El drama, el único y verdadero drama, es seguir con esta vida de mierda y encima tener que sonreír. Pero eso es otra historia.

Para terminar, el mejor fragmento que he encontrado en la novela de Juan. A lo largo del libro hay palabras, situaciones y metáforas ingeniosas, bellas y acertadas aunque en algunos casos se vuelven excesivas. Pero este párrafo, sólo este párrafo, demuestra que estamos ante un gran escritor... y mejor persona, eso por descontado. 

Entretanto, el policía que decidió no detener a la pareja de borrachos seguirá haciendo su ronda. Pensará en la extraña mirada de murciélago de ese americano chiflado, en su brazo de roca. Por las noches llueve vodka sobre la ciudad. La alegría da mucho trabajo, pasa la noche dando vueltas, amonestando a gente, pidiendo documentación, apuntando en su libreta esto y aquello. A eso de las cinco el frío empieza a ser terrorífico y decide resguardarse. Cuando el alba lo conduzca a su piso, sentirá que se ha salvado de algo. Cerrará la puerta y no podrá reprimir un hondo suspiro. Salvado, ¿de qué? De una amenaza incomprensible. A salvo de los pasos y el olfato de una montaña con patas de araña. Esta criatura inverosímil lo perseguirá en sueños.

Y ahora, que empiece la aventura. ¿Merece la pena?

Posdata. Esta columna es pura ficción. Yo jamás he consumido sustancias ilegales, y Dios me libre de haber visto hacerlo a Juan Soto, a quien, por cierto, no conozco de nada.

Los mejores libros de 2011, una lista sin números

No voy a ponéroslo fácil, os lo advierto, no voy a hablar aquí de Arturo Pérez Reverte ni de Javier Marías ni de Juan Marsé, tan parecidos en algunas ocasiones aunque cada uno a su manera no tenga nada que ver con los otros dos, por supuesto, ni siquiera para formar parte de la misma frase, pero así es como aparecen a final de año. Porque es el momento de hacer una lista y juntar la carne con el pescado, el vino con la cerveza, y eso es lo que todo el mundo está haciendo en estas fechas, comer en abundancia y emborracharse sin pudor y hacer una lista, seleccionar, desechar y enumerar las películas más vistas, los discos más vendidos, las noticias más relevantes, los vídeos más votados, los libros más valorados por los críticos y qué duda cabe que lo más sencillo para todos sería hacer una lista, otra lista, poner varios títulos, dos o tres párrafos explicativos y terminar el artículo felicitando las fiestas a nuestros queridos lectores...
 
Pero yo no voy a hacer eso, no, quizá simplemente por llevar la contraria voy a diseminar la información a lo largo de un solo párrafo en el que no vais a encontrar ni un solo punto y aparte, os lo puedo asegurar, a no ser que los chicos de edición me desbaraten el texto y me rompan el discurso fluido que lentamente os está adormeciendo porque ninguno sabe de qué va en verdad todo este asunto, ¿me equivoco?, ¿no se trataba de una lista de los mejores libros del año según este engreído y autoproclamado joven escritor?, entonces ¿qué diablos está escribiendo este tipo?, ¿y cuántos años tiene para creerse tan joven?, ¡qué desfachatez!, diréis, sí, eso es lo deberíais decir y acto seguido cerrar esta ventana y abrir la columna de Gema Lendoiro que siempre nos hace reír, ¿verdad?, porque leer y pasar el rato y reírse de la vida van de la mano y la lectura no puede ser un obstáculo para la comprensión, ¿no es eso?, ¿o no se trata más que de una broma?...

... Porque si es una broma, una broma debe ser, debería ser, un mecanismo lubricante para penetrar en la hostilidad, pero eso no lo digo yo, eso lo escribió Juan Soto Ivars en una novela impecable llamada Siberia que inexplicablemente no ha encontrado editor mientras que sí lo ha hecho la menos arriesgada y neurótica novela titulada La conjetura de Perelmán que ha publicado Ediciones B convirtiendo el libro en el punto de partida de un movimiento literario denominado Nuevo Drama y que nadie sabe muy bien qué significa pero tampoco importa demasiado mientras sus adalides sigan escribiendo y salgan bien en las fotos, todo lo contrario que le ocurre a Alberto Olmos, desfachado y destruido no sólo física sino literariamente después de crear un personaje insoportable como Santiago en su novela Ejército enemigo que Mondadori ha tenido a bien publicar arrebatándole la prestigiosa firma a Lengua de trapo que se ha destacado este año con la publicación de Alma...

... Maravillosamente escrita por Javier Moreno, una novela que entronca con el primer y mejor Olmos y con Edouard Levé aunque decae cuando la historia o el lenguaje rebajan la comparación al nivel de José Ángel Mañas, autor en vías de extinción aunque la misma editorial publicó su último libro hace unos años, pero en fin, no quiero irme por las ramas y dejarme fuera del folio la nueva traducción de Justo Navarro de la magnífica obra de Francis Scott Fitzgerald en la que inmortaliza a ese gran tipo, Jay Gatsby, y que nos ha traído de vuelta Anagrama así como Nórdica se ha empeñado en no hacernos olvidar a Flann O´Brien aunque sea un escritor arduo y minoritario, todo lo contrario que Andrés Neuman cuyas píldoras narrativas, a veces satíricas, a ratos desternillantes, vuelven a agruparse en un ligero volumen editado por Páginas de espuma, un libro elegante y alentador como Los zorros vienen de noche de Cees Noteboom en Siruela, aunque este neerlandés, quizá por la cercanía de la muerte, se ha vuelto más refulgente pero menos brillante...

... Todo lo contrario que la trayectoria en escalada que parece seguir Patricio Pron y que de momento ha culminado en esa maravilla que es el Espíritu de mis padres sigue subiendo en la lluvia y que hasta ha producido una especie de engendro metaliteraturesco como la obra ganadora del Premio Jaén, esa escuela de talentos, que se llama Canción de tumba y que ha escrito y reescrito el mexicano Julián Herbert, lo cual me trae a la memoria que hace cosa de dos meses se nos moría ese gigante mexicano, gigante y mexicano en todos los sentidos, llamado Daniel Sada, dejándonos como rocambolesco y paradojal legado la novelita A la vista, mientras que el legado del difunto Félix Romeo ha sido la magnífica traducción del interesantísimo libro de Daria Galateria sobre los otros oficios de escritores como Georges Perec, Jack London o Charles Bukowsky, entre otros, cuyas experiencias y trayectorias ha recogido Impedimenta en un volumen hermosísimo aunque decir esto empiece a ser una perogrullada...

... Como lo es recordar la relevancia de los clásicos rusos por no sé qué conmemoración de fraternidades hispano-eslavas que bien es cierto que nos ha traído nuevos libros y mejores traducciones como la diminuta edición de El Aleph titulada Tres tormentas de nieve o la majestuosa edición Un siglo de cuentos rusos de Alba editorial, aunque para desmesura la de Mondadori al publicar la obra póstuma de David Foster Wallace, El rey pálido, inconmensurable y enfermiza locura, novela tediosa y divertida al mismo tiempo pero sobre todo excelentemente escrita (y traducida por Javier Calvo), obra inacabada e inacabable del genial suicida norteamericano, amigo íntimo de Jonathan Franzen que ha querido superar la muerte y el legado de su compañero en la inestimable y descentrada Libertad, aunque, sin lugar a dudas, sin lugar a dudas dentro de mi cabeza y de mi perturbado criterio y mi salvedad emocional, la mejor noticia del año 2011...

... Es la recuperación por parte de Libros del Asteroide, como ya hizo con otras obras del sevillano, de las "nueve novelas alucinantes" que componen A sangre y fuego y que escribió Manuel Chaves Nogales sobre la Guerra civil española y que son terribles y están vivas y no son complacientes ni partidistas ni muestran falsa afectación o gusto por la autocompasión ni mucho menos deseo de revancha, simplemente evidencian la locura y el desfase y la crueldad de la que fuimos capaces todos los españoles, hombres y mujeres, feroces todos, destructivos, bárbaros, víctimas y verdugos de la maldad y de la inquina, ejemplo rutilante y desolador de la cruelísima humanidad, grandiosidad literaria en nombre de los peores instintos, para remediar lo cual no estaría de más acercarse a otro libro de resonancias temporales, Entre héroes y bestias, los españoles que plantaron cara al Holocausto del periodista Diego Carcedo, donde unos desdichados ejercen la bondad y la compasión y nos transmiten la firmeza de la esperanza en mitad de la barbarie aunque, qué le vamos a hacer...

... La prosa de este periodista no alcanza, cómo lograrlo, la grandeza de la escrita por Chaves Nogales, quizá el mejor escritor español del siglo XX, o por lo menos el escritor español más importante para este joven y desquiciado escritor y también para muchos otros escritores como Andrés Trapiello o el propio Javier Marías, y por qué no también el mejor escritor para vosotros, queridos lectores, que ya va siendo hora de que os levantéis de la silla y salgáis a la calle a luchar por la libertad o por lo que sea en que hayáis creído para levantaros de la cama y enfrentaros una vez más a la realidad y a la despedida y a la entrada del nuevo año porque ahora que el artículo llega a su fin, ¿lo notáis?, todo se vuelve más llevadero y más dulce y más feliz, ¿no es así?, la lectura, la locura, la presura, y feliz año nuevo y qué bien está lo que bien acaba y salud...
 

El maestro y Patricio

Desde hace varios días intento recordar quién pronunció la siguiente frase, aforismo o incluso sentencia judicial: "Al elegir a sus maestros, el escritor está dando la medida de su talla". Estoy convencido de que puedo recordar al hombre, porque sin duda fue un hombre, que está detrás de esta afirmación. He renunciado a escribirla en Internet y que Google me lleve a una página donde pueda descubrirlo, quizá porque en realidad no me fío de la información que hay en Internet (ni siquiera de la que vuelco yo mismo), quizá porque mantener activa la memoria y la asociación de ideas es el último reducto de creatividad al que podemos aferrarnos los escritores.

La frase en cuestión, no me cabe duda, podría haberla escrito Thomas Bernhard en su maravilloso libro Maestros antiguos; pero me temo que no fue él. Por la ingeniosidad y la puntería de su postulado también cabría la posibilidad de que fuera el propio Cervantes quien la hubiera puesto en boca de Sancho o del Licenciado Vidriera. Sin embargo es demasiado sencilla para cualquiera de los tres. En un momento de desilusión y zozobra, me armé de valor y fui a un "evento literario" donde creí dar con la solución: Fue Ray Loriga hablando de Enrique Vila-Matas hablando de Robert Walser durante la presentación del último libro escrito por Ray Loriga y elogiado por Enrique Vila-Matas bajo el auspicio del fantasma de Robert Walser. Desde luego, esto podría ser del todo cierto, pero la verdad siempre es más prosaica. La frase, "al elegir a sus maestros, el escritor está dando la medida de su talla", esta máxima perentoria y costurera surgió de lo más profundo de mi mente nada más terminar de leer la última novela del joven argentino Patricio Pron, El espíritu de mis padres sigue subiendo en la lluvia.

Patricio Pron, reconocido discípulo (signifique lo que signifique eso hoy en día) del maestro Roberto Bolaño, amén de otros genios, es un autor genuino, con personalidad, dotado para la ficción, la autoficción, la intertextualidad y algún que otro recurso postmoderno más con los que comulga a regañadientes (tal vez porque sabe que la mayoría no son innovaciones sino meras repeticiones formales); pero sobre todo es un escritor verdadero. O lo que es lo mismo: un hombre que desde su lugar en el mundo pelea por sacar adelante una literatura que se enfrente a los mejores, un lenguaje que rinda homenaje a la sintaxis, una emotividad que haga sacar los colores sin dejar lugar al patetismo, una escritura, en definitiva, comprometida consigo misma y con el rescate de la verdad, su máxima expresión, su única meta, su epifanía y su catarsis. Porque Pron, aplicado y voluntarioso, urde sus tramas con precisión de relojero y elige con sobrada intencionalidad sus historias aunque al final lo deje todo en nuestras manos. Después de hacernos unas cuantas revelaciones, después de investigar lo asombroso que oculta lo cotidiano, después de barruntar diversas equivocaciones históricas, Pron nos coge de la mano y antes de llegar al final del túnel nos la suelta y desaparece. O mejor, siguiendo su juego de metáforas, nos deja dentro de un bosque con la esperanza de (y el miedo a) salir.

Los tres libros que ha publicado Pron en Mondadori son (siempre desde mi perturbado punto de vista) tres joyas, tres obras de arte, tres monumentos, pequeños pero sólidos, en honor a la escritura. No son la piedra de Rosseta (a estas alturas de la historia de la literatura qué podemos esperar), pero son tres obras importantes. Y lo son, en parte, por lo que tienen de únicas y por lo que las entronca con otras tres obras (o más) de su querido maestro, el chileno Bolaño. Así, por ejemplo, El comienzo de la primavera se plantea como una búsqueda literaria y vital en la estela de la emprendida por los poetas realvisceralistas de Los detectives salvajes. Cualquiera de los cuentos agrupados en El mundo sin las personas que lo afean y lo arruinan podría pertenecer sin desmerecerlo a Putas asesinas. Y El espíritu de mis padres sigue subiendo en la lluvia tiene ecos de Estrella distante e incluso de Nocturno de Chile. Estas correspondencias, que tantos otros pueden considerar deudas o defectos, son, a mi juicio (recuerda esto: estoy perturbado) maravillosas analogías del funcionamiento de la narrativa, de la escritura y hasta del primigenio desarrollo de la vida: sólo podemos aprender algo mirando cómo lo hacen los demás. Y eso no es un aforismo inteligente o una cita célebre; es, sencillamente, la verdad.



Por desgracia, como bien sabía Bernhard, "por muchos que sean los grandes ingenios y los Maestros Antiguos que hayamos tomado por compañeros, no sustituyen a nadie; al final nos dejan solos". Bolaño, en vida, no quiso ser maestro de nadie pero tras su muerte se convirtió en el maestro de todos nosotros. No dejemos que Patricio Pron se escabulla sin habernos mostrado antes los límites del bosque, y si no puede acompañarnos hasta llegar a cielo abierto no le pidamos cuentas ni le tengamos rencor porque en sus libros hallaremos varias salidas luminosas frente a la encrucijada inextricable que es hacer de la literatura una obra de arte, un enigma y una incitación.

Un ejemplo. En uno de sus mejores cuentos Pron escribe:

Si pudiera rescataría a todos los escritores desesperados, me quedaría de pie con los brazos abiertos en el campo de centeno y los atajaría para que nunca sintieran dolor ni desesperación.

Una promesa. Hace unas semanas, Pron escribió lo siguiente en la revista LetrasLibres refiriéndose a la literatura que han de parir los nuevos escritores en el siglo XXI:

Estoy seguro de que seréis vosotros los que produciréis esa literatura (comprometida, arriesgada, pura) y un día tendréis que marchar a la guerra por ella. Ese día yo iré a la guerra con vosotros, os lo prometo.

Una esperanza. Si es eso cierto, querido Patricio, toma mi mano y vamos juntos a la batalla porque la guerra ya ha comenzado.