La primera vez que
leí una obra de Honorio Chaves no sabía que la obra que yo estaba leyendo no
era exactamente una obra de Honorio Chaves. O quizá sí que lo fuera, ahora que
lo pienso mejor. La obra en cuestión era un pequeño y ligero cuadernillo
naranja que constaba de no más de 80 páginas en las que se contenían prosas
admirables, versos irrefutables y anotaciones luminosas. Ahora sé, pero
entonces no supe, que aquellas admirables prosas allí agrupadas fueron en su
día textos dispersos de Borges y fábulas inéditas de Monterroso; que aquellos
irrefutables versos fueron criptogramas obtenidos de juntar estrofas de
Baudelaire con pasajes de Pessoa; que aquellas luminosas anotaciones fueron el producto de sumar
fragmentos de Valéry y críticas apócrifas de Wilcock con los desvaríos
narrativos de Mario Levrero. El resultado, de más está decirlo, era más que satisfactorio:
era inmejorable.
Con motivo de la
publicación del libro Doce cuentos de sur de Asia por la editorial Imaginaire,
el primero de una serie infinita de libros que publicará el denominado
Movimiento plagiarista, he logrado entrevistar al tercer escritor plagiarista
en discordia, Honorio Chaves, un hombre huidizo y sin rostro que ya existía
antes que nosotros y que nos sobrevivirá. Pero ésa es otra historia y merece ser
contada como se merece.
El lector atento (y
atentado) puede leer a continuación el breve diálogo que mantuve con Honorio
Chaves en la sobremesa de El Greco junto al renombrado escritor (es decir,
nombrados dos veces) Honorio Chaves, o quien quiera que fuera la persona (acaso
varias) que usurpó su insigne (e insignificante) identidad para la ocasión.
¿Qué es el plagiarismo, Honorio?
El plagiarismo es un
movimiento, una tendencia, una forma de vida, que genera múltiples lecturas,
pero sobre todo dos.
¿Cuáles son esas lecturas?
La primera es una
lectura prejuiciosa, retrógrada y arrogante de todos aquellos que no son
capaces de entender las dimensiones a las que se están enfrentando y por ese
motivo denuestan asociaciones de ideas, ejemplos, simbologías y juegos que su
mente estrecha no concibe porque no está preparada para expandirse, porque no
es capaz de asimilar que las fronteras de su pensamiento no existen, porque su
pensamiento no es suyo, porque el pensamiento es el pensamiento del
pensamiento, y por lo tanto, el pensamiento es un concepto plagiarista, una
suplantación, una reinvención. En definitiva, un juego o una pregunta retórica
que no necesita respuesta o que responderán otros.
¿Y la otra lectura?
Bueno, la otra
lectura, por supuesto, se acerca al Movimiento plagiarista como quien se
adentra en la selva o en una casa de putas, es decir, sabiendo que cualquiera
de las cosas, personas, lugares, imágenes, sensaciones y consecuencias con las
que se topará en su aventura son susceptibles de ser únicas, remotas,
inexploradas, incluso inexistentes, y sin embargo todas ellas estaban allí
antes de que nosotros despertáramos y antes incluso de que el dinosaurio se quedara
despierto a nuestro lado, mirándonos igual que una madre mira dormir a su hijo
recién nacido.
Todo eso suena como si dijeras: estás con nosotros o
contra nosotros.
Pues no, no es así. Lo
que quiero decir con esto es que el plagiarismo es una premisa, una creencia, un
movimiento que se funda en un tipo de fe que rehuye el dogmatismo impuesto por la
religión, una suerte de razonamiento que indaga antes en la imaginación que en
la realidad, una manera de leer que profundiza en la locura y rechaza la lógica
elemental, una forma de vida que investiga los territorios de la enfermedad y
olvida deliberadamente tomarse la medicación antes, durante o después de cada
comida. Por lo demás, el plagiarismo es totalizador y totalizante, igual que el
capitalismo. Cualquier duda, cualquier tendencia, cualquier protesta
antisistema acaba por ser incorporada al sistema y lo retroalimenta y lo
dinamiza.
¿Es la literatura un sistema? ¿Cuál es tu concepto de
ella?
Mentiría si ahora te
dijera que sé lo que es la literatura. Lo que sí sé es que la literatura muchas
veces se asemeja a un juego de niños durante el recreo del colegio, y entonces
el niño más fuerte del grupo inventa reglas sobre la marcha para dejar en
evidencia al resto de sus compañeros, a lo mejor solo a uno de ellos, pero no
al niño más débil sino a ese otro niño que va camino de igualarlo y, con toda
seguridad, de superarlo. Aunque también es posible que el niño más fuerte del
grupo haya perdido el juicio y todos sus ataques y sus amagos vayan dirigidos a
un enemigo presente y, sin embargo, invisible.
¿Y cuál es el concepto que un tipo como tú tiene de
los derechos de autor?
Los derechos de autor
son una cosa muy seria. La ley es una cosa de lo más seria. Cometer un delito
es una cosa terriblemente seria. El plagiarismo no es una cosa tan seria, ni
muchísimo menos. Es cierto que en el punto 1 del Manifiesto Plagiarista se dice
que el plagiarismo es una cosa muy seria. ¿Lo es? La verdad es que no lo sé. Yo
estoy empezando a dudarlo. Y creo que esta indeterminación es uno de los
objetivos que pretende inculcar en el lector ese inventario de demencias que es
el Manifiesto Plagiarista. Mire si no cómo termina el punto 7: "En caso de duda,
dude". ¿Lo ve? En caso de duda, dude. Lo que yo te decía, sencillamente
demencial.
¿Y cómo le explicamos a los lectores inteligentes que
la buena literatura está hecha con dosis elevadas del mejor sentido del humor?
Augusto Monterroso,
ese genio guatemalteco, hubo de responder muchas veces a preguntas semejantes,
y lo hacía citando a Aristófanes, a Horacio, a Juvenal, al Arcipreste de Hita,
el Lazarillo de Tormes, a Cervantes, a Quevedo, a Swift, a Shakespeare, a
Rabelais, a Flaubert, a Gogol, a Diderot, a Beaumarchais, a Santa Teresa, a
Machado, a Valle-Inclán, a Joyce, a Kafka, a Eduardo Torres y a Borges. Con
ellos es suficiente, ¿verdad?
¿Significa que todos esos autores son plagiaristas?
Sí, en cierto modo lo
son. Todos ellos lo son. Lo supieran o no, todos ellos fueron escritores
plagiaristas.
¿Cómo recibe un plagiarista las influencias? ¿Por
voluntad? ¿Por afinidad?
Al principio por
afinidad. Después hay una irresistible propensión a pensar y a escribir como
alguien y a robarse sus ideas o estilo, hasta que se aprende a hacerlo en forma
tal que los demás crean que uno tiene influencias de otros, a quienes uno tal
vez ni admira tanto. Todos los escritores son ladrones, unos más finos que
otros. Naturalmente, los que no son ladrones son los escritores pobres. Te
pondré un ejemplo muy sencillo, para que te hagas una idea: lo que acabo de
decir tampoco es de mi propiedad.
¿De quién es, entonces?
Es mío, naturalmente.
No me está quedando nada claro. Por una parte, el plagiarismo
parece un movimiento patriarcal, pero por otra parece un niño huérfano, un
perro abandonado en una autopista infernal.
Así es. Somos las
víctimas y somos los verdugos de una revolución lenta y silenciosa pero
implacable. Octave Mirbeau escribió: “¿No sería mejor abatir los árboles
grandes para dejar a los pequeños que mueren a su sombra más aire y más luz?” Déjame
que te diga una cosa. Los escritores jóvenes lo tenemos mal, verdaderamente
mal. En este país, en España, hay muchos padrinos y padrastros y padrotes, pero
verdaderos padres pocos, muy pocos. Por fortuna, la literatura es una nación
sin fronteras y entre todos hemos desterrado el rancio concepto de literatura
nacional en nuestra formación como lectores. Aún así, ¿qué podemos hacer los
jóvenes? ¿Qué nos queda por hacer a los jóvenes escritores españoles en los
albores del siglo XXI? Para mí está claro. Es más, está clarísimo.
Dinos, Honorio, ¿qué es lo que tenemos que hacer los
jóvenes escritores españoles en los albores del siglo XXI?
Lo que tenemos que
hacer es esto: disfrazarnos de Edipo. Y después, si nos queda tiempo, tenemos
que ponernos el traje de bufones y plantarnos delante del rey y escupirle a la
cara este eslogan: subvertir, repetir, pervertir y divertir.
Woody Allen decía: Nihilismo, cinismo, sarcasmo y
orgasmo.
¡Maravilloso!
Nosotros decimos: Subvertir, repetir, pervertir y divertir.
Subvertir, repetir, pervertir y divertir. Ahora
entiendo por qué escribes lo que escribes, Honorio.
Escribo lo que
escribo, amigo, porque estoy enfermo y mi enfermedad no tiene remedio y ésa es
mi suerte. ¿Alguna pregunta más?